female soldiers holding rifles
Soldaeras sosteniendo rifles. Prints and Photographs Division, Library of Congress. LC-USZ62-25760

De niña, mi familia a menudo me contaba historias de las Adelitas de la Revolución Mexicana: las mujeres que pelearon a la par de hombres para liberar al país de una dictadura opresiva. Cuando sea que visitaba México durante la celebración de cualquier día festivo, nunca fallaba un par de mujeres vestidas como Adelitas. Estas mujeres vestidas en sus largas, coloridas faldas, sus camisas bordadas hermosamente, sus grandes sombreros, y sus bandoleras me dejaban en completo asombro. Desafortunadamente, estas mujeres solo aparecían en cuentos familiares y festividades Mexicanas, nunca en mis estudios. De hecho, hasta que tomé una clase en Historia Latinoamericana en Amherst College, nunca había estudiado la Revolución Mexicana; pero aún así, las Adelitas no fueron el tema principal de ni una clase.

Por eso, cuando me inscribí en el seminario ‘‘Guerra en Traducción’’ de la profesora Brenneis, tenía en mente estudiar las maravillosas mujeres de las que había escuchado tanto durante mi juventud. Mi investigación me enseñó tanto de quienes eran y qué eran sus papeles, dependiendo del lado de la guerra en la que pelearon; hasta encontré un libro con docenas de nombres y hasta algunas fotos. Leer los nombres de tantas mujeres en la historia de México hizo sentir que mi corazón historiador iba a estallar. Aún mejor, estaba escrito que un buen número de ellas habían sido maestras, editoras de periódicos, poetisas, y escritoras; seguramente, pensé, encontraría algo que traducir.

Fijé mis estudios en el trabajo de una Adelita —quienes, también aprendí, eran oficialmente llamadas soldaderas— Dolores JIménez y Muro. Ella lo era todo: maestra, fundadora y editora de un periódico, poetiza, escritora, y feminista notable. Hasta co-escribió el preámbulo al ‘‘Plan de Ayala’’ de Emiliano Zapata (un documento que cualquier estudiante de la Revolución Mexicana rápidamente conoce). El problema? No pude encontrar su trabajo; en poco tiempo aprendí que ni tenía acceso a sus obras, o simplemente eran incapaces de acceder digitalmente.

Para cuando se suponía que debía pasar de la investigación a la traducción, no tenía nada. Entonces, empecé a traducir la autobiografía de un revolucionario mexicano, Isidro Fabela. No era nada como Jiménez y Muro: era un terrateniente rico, un abogado graduado de los mejores de colegios, y amigos con los hijos de los altos funcionarios que intentaba derrocar. Sus opiniones eran mucho más moderadas que las radicales de Jiménez y Muro. Pero su trabajo era accesible. De hecho, mi investigación me llevó a una fundación portando su nombre, que contiene un archivo completo de sus escrituras.

La diferencia es sorprendente: un hombre que pasó los años revolucionarios sentado en un escritorio, atendiendo protestas a caballo y viajando por tren, afecta las narrativas de la historia, mientras que las palabras y pensamientos de una mujer que peleó en el suelo, dejó su trabajo, y hasta fue encarcelada por demandar reforma socioeconómica, están encerrados en los más recónditos archivos. Ay de mí, pues cuando llegó el final del semestre, tuve una fuente de Jiménez y Muro para traducir, gracias a los bibliotecarios investigativos en Frost, pero era algo que solo había editado, no escrito, entonces aún no eran sus palabras. Sabiendo que regresaría a este proyecto durante el verano, continué investigando su historia —y la de Isidro Fabela, por si acaso.

Aunque pude contactar personas que estudiaron el trabajo de Dolores Jiménez y Muro a fondo, el avance lento de la investigación hizo que, por el marco de tiempo de ese coloquio, tendría que renunciar estudiarla, y trabajar solamente en Fabela. Debo admitir que estaba muy decepcionada cuando finalmente acepté esto, pues aún no quería dejar ir a mis Adelitas. Pero también entendí que solo porque no las podía investigar para este proyecto en específico, no significaba que tenía que abandonarlas por el resto de mi carrera académica. Las cosas buenas —y las investigaciones buenas— toman tiempo, supongo.

Mientras continuaba trabajando en la autobiografía de Fabela, me interesé más en la traducción de mi proyecto y menos en el contenido, lo cual ayudó a que lo disfrute aún más. Hay muchas cosas en las que no estoy de acuerdo con Fabela, y al principio esto lo hizo más difícil para que me interese su trabajo. Sin embargo, al enfocarse solo en la traducción, recordé la razón inicial de por qué decidí inscribirme en la clase: mi interés en la historia de eventos así como fueron vividos, sin importar las posiciones de quienes los vivieron. Empecé a prestar más atención a la información que su autobiografía contribuyó al estudio de la Revolución Mexicana, como sus anécdotas acerca de revolucionarios notorios, y no a lo que su perspectiva carecía. Solo porque no habla de los mismos temas de los que una mujer hablaría, no significa que la voz de Fabela no debe ser oída. Solo entendiendo todos los lados del conflicto podremos decidir cómo y por qué la Revolución Mexicana ocurrió.

Por tan desalentador que fue abandonar a las Adelitas, mi investigación me ha servido de motivación para mis proyectos futuros. Las frustraciones y los obstáculos que he encontrado intentando acceder al trabajo de mujeres mexicanas me hizo entender lo importante que es tener alguien dispuesta a tolerar las dificultades para arrojar luz sobre sus historias. Todos han aceptado que la historia está escrita por los ganadores, pero pocos preguntan por qué estos ‘‘ganadores’’ son casi siempre hombres, especialmente hombres blancos. Me rehúso a aceptar que las mujeres cuyas historias siguen sin contar son ‘‘perdedoras’’ en cualquier sentido. Más bien, son aún más heroicas por el hecho que cumplieron tanto bajo mayores presiones. Tuve que rendirme en las Adelitas en este proyecto en específico, pero eso no significa que me estoy rindiendo en ellas para siempre.

Puedo perseguir mi interés en las historias de mujeres mexicanas porque soy lo suficiente afortunada para ser bilingüe en inglés y español. Como tal, soy capaz de leer sobre este gran evento en México desde el punto de vista de los mexicanos. Hay varios estudiantes también interesados en este tema que no poseen la misma habilidad, y es una pena que ellos pierdan de su interés académico por una falta de traducciones disponibles. Más allá de mi interés personal en las historias de las mujeres en la historia mexicana, y a pesar de no estar de acuerdo de gente como Fabela, debo admitir que la existencia de autobiografías como las de él son una contribución positiva al estudio de la Revolución Mexicana (aunque aún deseo que Fabela haya al menos mencionado mujeres en su texto.)

Translator’s Note / Nota del Traductor, Rodrigo Aguilera Croasdaile, ’23

And the READER said unto the translator, ‘‘What of this text?’’ and he replied, ‘‘I do not know. Am I my brother’s editor?’’

Forgive my biblical exaggerations, but I felt it necessary for the note. It seems there are two extremes when it comes to a translation. The first, which one is very familiar with, is when the translator places himself in the author’s shoes and goes through every word (and, with every word, every emotion, every nuance). This translation required the second type, where the translator does not closely go through, but rather observes the text from the greatest possible distance. The need for distance is a result of the desire to change this word for another, to flip this order, to clear up this part… that is, the desire to edit. This happens because many people who translate also, and sometimes more than translate, write.

This is not to say that Letting Go of Adelitas is a bad text —the quality of any text is not to be thought of when it is being translated— because it is not, or that my opinions on its ideas affects the translation, because they never will. The process of translation is a surgical one: one changes what must be changed according to the procedure. Imagine having an appendectomy only to find out the doctor added a rhinoplasty. Whether or not you look better (or worse) is not the point. I’m sure Gaby Bucio encountered the same desire as she translated Fabela’s texts. A translator’s job is, ironically, making sure as little as possible has changed. The best translator is the least noticed one.

Entonces el LECTOR dijo al traductor, ‘‘¿Qué con este texto?’’ y él respondió: ‘‘No sé. Soy yo acaso editor de mi hermano?’’

Perdonen mi exageración bíblica, pero la siento necesaria para esta nota. Parece ser que hay dos extremos en cuanto una traducción. La primera, con cual la mayoría ya está familiarizada, es cuando el traductor se pone en los zapatos del escritor y recorre cada palabra (y, con cada palabra, todo sentimiento, cada matiz). Esta traducción requirió del segundo tipo, en donde el traductor no recorre de cerca, pero observa el texto con la mayor distancia posible. La necesidad de la distancia es un resultado del deseo de cambiar esta palabra por otra, de revertir este orden, de aclarar esta parte… es decir, el deseo de editar. Esto pasa porque mucha gente que traduce también, y a veces más que traduce, escribe.

Esto no es decir que Letting Go of Adelitas (claro, el original) es un mal texto —la calidad de cualquier texto no debe ser considerado mientras se traduce— porque no lo es, o que mis opiniones en sus ideas afecta la traducción, porque nunca lo harán. El proceso de traducir es uno quirúrgico: uno solo cambia lo que debe ser cambiado en base al procedimiento. Imagínense tener una apendicectomía solo para descubrir que el doctor agregó una rinoplastia. Que si te ves mejor (o peor) no es el punto. Estoy seguro que Gaby Bucio encontró el mismo deseo al traducir textos de Fabela. El trabajo de un traductor es, irónicamente, asegurarse que lo menos posible ha cambiado. El mejor traductor es el que menos se nota.


Crédito de Imagen: Soldaeras holding rifles. From: Prints and Photographs Division, Library of Congress, https://lccn.loc.gov/2018661474. (Accessed 11/25/19).

 

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