No estoy segura de si lo que voy a describir es una experiencia común para aquellos que eran monolingües y se volvieron bilingües, pero para mí, hubo un momento específico en el tiempo en el cual “descubrí” que en verdad me había vuelto bilingüe. A continuación contaré como ocurrió: Estaba en medio de una discusión agitada con un compañero (cuya lengua materna es el inglés) acerca de algo tan trivial que ya no recuerdo. De repente, hice una pausa; y tuve este diálogo interno conmigo misma (mientras mi compañero estaba desconcertado por mi estupor temporal): “Min, ¿Te das cuenta de que estás sintiendo, pensando y discutiendo en inglés? ¡Con un interlocutor nativo! ¿Qué genial, no?
Considerando mi relación cronológicamente contenciosa con el idioma inglés, en verdad no debería sorprenderme que me diera cuenta de mi propio bilingüismo en el medio de una discusión.
Nací y crecí en China. Durante los primeros veinticuatro años de mi vida, hablé principalmente chino mandarín y mi dialecto natal Kunmingnese. Me encantó aprender inglés. Sin embargo, no tuve mucho contacto con hablantes nativos de inglés hasta la universidad. Mis primeros recuerdos de interacción con hablantes nativos de inglés estuvieron llenos de malos entendidos e indignación. Uno de mis profesores de inglés de la universidad era un periodista de Georgia que llegó a Shanghái poco después de haber aceptado un empleo temporal en nuestra universidad para enseñar inglés conversacional. Con el marcado eurocentrismo que generalmente caracterizaba a los expatriados con los que interactuaba en aquel entonces, él cuestionó nuestra cultura y nuestras políticas de todas las formas posibles durante la clase. Con frecuencia me iba de sus clases sintiéndome enfurecida, incomprendida e impotente: él no hablaba nada de chino como para comprender nuestras costumbres, y al mismo tiempo, yo no contaba con el nivel suficiente de inglés para explicar los fenómenos culturales complejos de manera que pudieran concordar con su punto de vista. Su mera existencia interrumpía la inconsciencia cultural con la que yo había vivido hasta ese momento. Lo odiaba profundamente. Y esperaba con ansias trascender mi propio aislamiento cultural.
Poco después de graduarme, llegué a los Estados Unidos como una estudiante internacional, en un primer momento con el fin de estudiar inglés, que luego cambié por psicología. Al principio, generalmente recibía cumplidos de los locales: “Guau, tu inglés es muy bueno.” Al comienzo me sentí halagada. Al poco tiempo, comencé a sentirme incómoda con estos comentarios. Me llevó un tiempo darme cuenta por qué me molestaban estos cumplidos: prácticamente cualquier norteamericano podía juzgar mi dominio del inglés, mientras que yo nunca podría hacer lo mismo. Hay una posición de superioridad y otra de inferioridad; no hay lugar para la reciprocidad.
A medida que continuaba con mis estudios de posgrado, observé como las personas con frecuencia equiparaban la elocuencia con la inteligencia, y la confianza con la competencia. Para sobrevivir a la competencia en mi posgrado, aprendí a adaptarme a normas cultuales que eran completamente extrañas para mí: hablar en voz alta (sin levantar la mano, antes de que el profesor me lo pidiera); hacer preguntas (aunque pudieran sonar “tontas”); pensar con rapidez; pensar de manera crítica; tomar la iniciativa… Para empeorar las cosas, en un campo que fue históricamente dominado por el eurocentrismo, yo con frecuencia era una de las pocas estudiantes internacionales en todo el programa, las prácticas o las pasantías. Me di cuenta de que mis identidades únicas eran un beneficio en los procesos de solicitud y entrevista. No obstante, una vez que era aceptada, estas identidades y las experiencias asociadas pocas veces eran abordadas. Lo que sentía con más urgencia era la presión de aprender, adaptarme y asimilar las formas convenciones de comportarse en esa institución en particular. La mayor parte del tiempo en mi posgrado, me sentí invisible o incapaz (a veces de ambas maneras) en relación con mis compañeros nativos. La mayor parte del tiempo en mi carrera de posgrado, mi bilingüismo y biculturalismo, con las implicancias de un acento chino y costumbres chinas de pensar/ser, eran ignorados o vistos como un defecto. “¿Cómo voy a proporcionar terapia a clientes norteamericanos en su lengua materna?” “¿Por qué alguien me contrataría a mí en lugar de a un nativo, si tuviéramos la misma capacitación?” Siempre me hacía estas preguntas. Estas dudas e inseguridades me llevaron a realizar un programa de doctorado, a diferencia de muchos de mis compañeros de posgrado, quienes se lanzaron directamente al mercado laboral. Me llevó otros cuatro o cinco años sentirme completamente cómoda para proporcionar terapia en inglés. Me llevó incluso más tiempo comenzar a ver mi bilingüismo y biculturalismo como una fuente de fortaleza y sabiduría.
En la actualidad, aún a veces se siente surrealista darme cuenta de que estoy trabajando como terapeuta bilingüe en el Centro de Asesoramiento de Amherst College (Amherst College Counseling Center), brindando servicios a una población de estudiantes con gran inteligencia y poder de palabra. Continúo observando de qué manera mi biculturalismo y bilingüismo impactan de formas tangibles y significativas en mi trabajo con los clientes. A veces, parece que automáticamente me dan una “autorización” para trabajar con un padre chino principalmente monolingüe. A veces el simple hecho de que soy originaria de China sirve como un recordatorio doloroso para mis clientes, quienes han sufrido traumas causados por un padre inmigrante. Por momentos, mi condición de extranjera me otorga mayor libertad para hacer preguntas que de otra manera parecerían demasiado forzadas/ingenuas, y a su vez, obtengo más información. A veces, el hecho de que soy una mujer de color que habla con un acento chino les da motivos a las personas para devaluar o rechazar mi trabajo. Con mis clientes bilingües, normalmente interactuamos entre dos idiomas y dos culturas, dependiendo de lo que se sienta más terapéutico y tenga más sentido al momento de la conversación. El ser capaz de hablar dos idiomas y ver el mundo desde al menos dos perspectivas distintas me brinda algunas de las mejores cualidades que un terapeuta podría pedir: agilidad cognitiva, empatía, tolerancia y curiosidad por la humanidad de otros.
Creo que finalmente me he reconciliado con el idioma inglés.
Translator’s Note by Lucas Ambrosio
Generalmente trabajo traduciendo texto técnicos, por lo que el texto de Min fue un desafío. Su historia es tan enriquecedora y personal que cuando se traducen este tipo de textos, tienes que asegurarte de transmitir el mismo significado y, a su vez, elegir las palabras y expresiones que se adapten a tu lengua materna. Al traducir expresiones relacionadas con sentimientos o descripciones del inglés al español, a veces necesitas utilizar más palabras o expresiones para explicar algunas ideas y eso fue una experiencia muy interesante. Además, yo también soy un estudiante internacional viviendo en los Estados Unidos, razón por la cual me siento identificado con su relato.
I usually work translating technical texts, so translating Min’s text was challenging. Her story is so enriching and personal that when translating these types of texts, you have to make sure to convey the same meaning and, at the same time, choose the words and expressions that fit in your mother tongue. When translating expressions related to feelings or descriptions from English into Spanish, sometimes you need to use more words or expressions to explain the same ideas and that was quite an interesting experience. In addition, I’m also an international student living in the US, reason why I feel identified with her narration.